CRÓNICA DE UN FRACASO
En declaraciones publicadas por el diario El Tribuno el día 10 de noviembre de 2006 la ministra María Ester Altube señaló que la carrera docente está devaluada y que el perfil del docente actual responde a las exigencias del siglo XX y no del XXI. Remarcó, además, las deficiencias formativas de los docentes en ejercicio y su desorientación frente a las demandas del mundo actual.
A criterio de la funcionaria urge, como respuesta, encontrar el perfil del docente del siglo XXI, mejorar el vocabulario de los aspirantes a la docencia, tomar examen de ingreso y modificar los niveles de exigencia.
Es oportuno recordar las dos décadas de gobiernos justicialistas en el ámbito provincial, durante las cuales la señora ministra ejerció dos veces su cargo. Fue además presidenta del Consejo General de Educación, funcionaria nacional y representante de organizaciones no gubernamentales. Tampoco debe olvidarse que estos gobiernos justicialistas contaron en todo momento con la complicidad de determinadas organizaciones gremiales, sin soslayar que gozaron con mayoría de representantes en los organismos dedicados a la evaluación de los pares docentes. A nadie escapa, asimismo, que fueron solidarios y partícipes de las grandes transformaciones de la década menemista, que reformó en forma negativa la sociedad, la economía y la educación argentinas.
Por ello, estas declaraciones deberían tomarse como un reconocimiento del fracaso de los gobiernos justicialistas en general y de la ministra Altube en particular, ya que no supieron -en algunos casos- o no quisieron -en otros- llevar adelante políticas educativas que se adecuen a los requerimientos de las actuales exigencias del conocimiento y a las demandas crecientes de la sociedad salteña.
Compartimos con la ministra que mejorar la educación es también aumentar los niveles de exigencia, y en esto debemos empezar por los propios dirigentes. Porque si los docentes actuales se desempeñan en condiciones deficitarias es porque los diseñadores de las políticas educativas no han resuelto convenientemente los problemas que se presentaron.
En estos tiempos de globalización desigual, el país necesita formar ciudadanos con mentes abiertas, sin miedos a los cambios, pero con la humildad intelectual suficiente para cultivar la prudencia.
También se requiere de dirigentes que valoren los recursos humanos que poseemos y den prioridad a la ciencia, a la técnica, a la educación y a la cultura como verdaderos motores para la construcción de un futuro con expectativas.